Se llama Elías Argudín, vive en Cuba y es periodista. Los medios privados en Miami, la ultra-derecha y los que se creen parte de la nueva izquierda cubana, le acusan de haberse referido al presidente Obama con racismo. Yo que he vivido toda mi vida en uno de los países más racistas del planeta digo que este cubano no ha cometido ninguna falta de las que reconozco en los Estados Unidos y de las que he hablado con anterioridad. El racismo es universal y fácilmente detectable.
Mucho antes de la visita del presidente Obama a Cuba, ya se estaba desarrollando una variante subversiva dentro y fuera de la isla enfocada en el tema racial para fracturar al pueblo cubano en tiempos de cambio e inseguridad ideológica. La crispada campaña que divide a los cubanos en razas es dirigida desde Europa y los Estados Unidos.
Para los periodistas alternativos no es fácil aun descubrir quien financia esta agenda perturbadora. Parte del nuevo periodismo cubano se ha sumado,y se desgasta últimamente en una inútil crítica acomplejada que trata de competir con el “periodismo” de la extrema-derecha en Miami copiando sus malas maneras y su espíritu anti-sistema.
Hoy les comparto la respuesta del periodista a las difamaciones que difunde ya el Nuevo Herald en Miami:
A propósito de la visita del presidente estadounidense Barack Obama a Cuba, el pasado domingo, en la página tres de Tribuna de La Habana, apareció un comentario que, con el título de Negro, ¿tú eres sueco?, lleva mi firma. El trabajo despertó un sinfín de reacciones adversas. Confieso que no lo esperaba.
Los criterios son diversos, pero en sentido general, califican de racista la publicación, lo cual –obviamente- significa que el autor también lo es.
Es triste costumbre acusar a la ligera, y aunque no voy a tratar de probar “mi inocencia” o “fidelidad” a mi raza, sí quiero aclarar algunos aspectos.
Lo primero, y para mí más importante, es pedir disculpas a quienes se sienten agraviados, aun cuando entendieron mal el discurso y me ubican en el bando contrario al cual pertenezco. Al final, me alegra confirmar que la batalla por la igualdad racial y emancipación del negro, que es parte de la batalla por la Revolución, tenga tantos partidarios.
Mientras redactaba estas líneas, reposaban frente a mis ojos –cual joyas invaluables- el número 1 de La Gaceta, correspondiente a enero-febrero del 2005, y el texto Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad, que le hiciera merecer a su autora, la investigadora social Zuleika Romay, el Premio Casa de las Américas (2012), en la categoría de la Crítica. Tanto uno como el otro, hacen un abordaje integral y descarnado del fenómeno de la marginación y menosprecio de los no blancos. Ambos ocupan lugar destacado entre mis textos de cabecera.
No es necesario ser un lector avezado para darse cuenta: no escribí un panfleto racista. La palabra negro se menciona dos veces, en el título y la frase que lo justifica, la cual ni siquiera es mía. Guarda relación con una obra humorística. El periodismo tiene sus reglas. También permite algunas licencias. Entre los mandamientos del oficio, hay uno muy importante: captar la atención desde el título mismo.
Habría que descartar entre los sinceros ofendidos y aquellos con el interés de echar leña al fuego y poner sobre el tapete un tema, que dada su complejidad, “puede constituir un flanco débil en las contiendas que se nos avecinan”, alertó Zuleika.
Lo admito, si de algo me pueden acusar, es quizá de irrespetuoso con el ilustre visitante. En mi opinión, mucho más irrespetuoso es que el agresor pida al agraviado –en su propia casa-, olvidar las ofensas, máxime si son muchas, hay sangre de por medio, y todavía no han cesado del todo. Así lo siento.
Por demás, si alguien, aunque fuese una sola persona, se sintió ofendido por considerar racista mi comentario, reitero que le pido sinceramente excusas: de ninguna manera fue mi intención. Tampoco la de mi subdirector o mi directora que, por cierto, son negro y mulata, respectivamente. Y espero que esta última precisión no se considere racista: no creemos, ninguno de los tres, que “el accidente de la vida” del color de la piel, dé mayor o menor valor a lo que se dice o se hace.