Cuando voy a Cuba, paso semanas buscando viandas para el ajiaco, haciendo colas y usando el jarrito más humilde para bañarme. No voy a Cuba a lucir mercancÃas chinas, ni una superioridad (que no existe) por el hecho de vivir en Miami. Voy a compartir con mis seres queridos, y a fortalecer el amor ridÃculo a la tierra y a la hierba también. También hago nuevas amistades y converso mucho. El cubano siempre se queja y eso es bueno, porque desarrolla debates, y le da gusto a la vida, y si hay café por el medio mejor. Ninguna embajada extranjera le da visas o dinero a esos cubanos con que hablo a pesar de que algunos critican bastante su gobierno, porque ellos son verdadera sociedad civil, y yo los amo ya sean de derecha o de izquierda, sean ricos o pobres. Los amo porque aunque discutan alzando los brazos, haciendo muecas, y hasta actuando como si de una obra de teatro se tratase, son rápidos para perdonar y abrazarse en medio de chistes y risas. Asi son los cubanos de verdad sin que nadie les pague por ser buenas personas.
Frente al oportunismo de algunos, solo el amor y los valores morales pueden lograr que Cuba se libre de los extremismos, ya sean de derecha o de izquierda. Cuando veo a dos cubanos discutiendo a menudo veo a dos hermanos echados a fajar por las dos grandes ideologÃas del antiguo mundo bipolar y de la odiosa guerra frÃa. Esa discusión estéril que deja tan mal parada la unidad nacional es cosa del pasado que arrastramos penosamente como hipnotizados, sin ver como pasa la maravillosa oportunidad delante de nuestros ojos de una Cuba mejor ahora mismo. No es derrotando al contrario como llegaremos a esa Cuba mejorada, sino  sumándonos a el en todo lo que nos una, porque después de todo, somos hermanos.
Nota: Esto fue en el techo de una casa en la Vigia, Camagüey.