Puedo cerrar mis ojos por unos instantes y sumergirme en el mar para encontrar el beneficio del silencio, pero eso no me hace pez. Olvidar mi particular forma de vivir en un medio ajeno a mi naturaleza me expone a graves peligros. Uso esto como metáfora para ilustrar el peligro que acecha a los artistas cubanos que se sumergen en las aguas de otras culturas para mejorarse, pero olvidan lo nacional.
Por primera vez en Cuba desde la aprobación de la Ley 113 del Sistema Tributario, los artistas y creadores de la cultura en la Ãsla pagaran al fisco una contribución de lo ganado en el 2014, y aunque también podrán recibir de retorno hasta un 30 % de sus obligaciones fiscales si demuestran un incremento real de gastos con relación al año fiscal anterior ya son de hecho contribuyentes bastante similares a quienes pagan impuestos en los paÃses con economÃa de mercado al disminuir el centralismo estatal en los últimos años en la isla.
La misión histórica de los artistas cubanos hoy, además de contribuir al fisco debe ser la de no alejarse del camino que tome el pueblo cubano, que frente a los nuevos retos y amenazas a su soberanÃa va a necesitar de una cultura robusta y orgullosa de los particularismos nacionales. Frente a nuevas teorÃas de extrema vanguardia que separan sin remedio la obra creadora del sentir popular es sin lugar a dudas un deber de primera importancia no disgregar el espÃritu nacional bajo la influencia de nuevas corrientes ideológicas de moda. Yo se lo tenebroso y hasta peligroso que puede sonar esto a los oÃdos liberales, pero lo creo firmemente. Una elite artÃstica que se averguence de lo popular y de lo nacional podrÃa parecer muy moderna, pero sin lugar a dudas serÃa irresponsable.
La nación necesita un arte que eleve el folclor y que se comprometa sentimentalmente con el pueblo y su soberanÃa. El escándalo y la provocación permante de obras y perfomances que desafÃan el orden y la constitucionalidad bajo escusa de promover el debate o la emancipación pudiera parecer muy provocador y revolucionario, pero en realidad puede hacer un daño permanente a la verdadera creación artÃstica del sujeto nacional, que motivado por romper cada vez más la mayor cantidad de reglas para llegar al escándalo, termina perdiendo la sensibilidad necesaria para apreciar y reflejar en su obra los pequeños detalles de su entorno inmediato, de su barrio, paÃs y aspiración colectiva.
Nuestro mundo globalizado ha producido una enorme cantidad de señales audio visuales que vienen saturando y aturdiendo los sentidos de una generación que ya no se impresiona tan fácilmente. Cada vez más se sube el tono de los mensajes sin lograr escandalizar a una sociedad que ha visto casi todo. La post-modernidad necesita meditar en silencio, y el ruido de un mundo interconectado y saturado de información no solicitada exige al artista de nuestros tiempos una obra refrescante y humana que ponga atención en lo popular y en lo nacional.