En altas horas de la noche y casi siempre en los fines de semana compiten motoristas desde hace años en la larga y solitaria carretera de Ockeechobee. Ahora, la presencia de automóviles se ha ido incrementando considerablemente e inundan en gran número los estacionamientos o parkings privados de los supermercados. Ya una vez, después de finalizar una compra en la tienda local de Publix, había querido entrevistar algunos de los entusiastas participantes de estas agrupaciones informales, pero cuando regresaba con los equipos ya era demasiado tarde para la entrevista. Creo que uno o dos años habrán transcurrido sin yo recobrar el interés. La semana pasada se volvieron encontrar frente al Publix de Hialeah Gardens, y aunque esta vez fui más rápida en reunir mi equipo y guardar los alimentos y congelar el helado comprado, de regreso ya se habían perdidos todos.
Perseguimos a los pocos últimos que quedaban y que conducían en caravana hacia las afueras de la ciudad, allí donde comienzan los pantanos del parque nacional, los Evergaldes. Ahí, encontramos incontables automóviles estacionados en largas filas o acelerando para competir, disparos espontáneos y mucho humo de “diferentes cigarrillos”. Dos patrullas de la policía aparecieron a lo lejos y en menos de 5 minutos todos huyeron. Les seguimos hasta regresar al anterior puesto en el estacionamiento de Publix, y esta vez si pude entrevistar a los menos tímidos. Así se pasan las noches, siendo expulsados continuamente de los espacios privados (las zonas de estacionamiento son parte de la propiedad privada) para regresar media hora después.
Quise lograr sus testimonios pero por lo general son muy reacios a comentar. Los traté de estimular a quejarse o regocijarse del momento abiertamente retándoles (en ingles y en español) a que fueran tan guapos frente a las cámaras como lo son entre ellos, pero entre nerviosas risas o rostros acalorados entendí que incluso los más adultos, son tímidos en esencia. No quieren violar la ley. Hay mucho temor y esa es la actitud correcta para crecer como buenos ciudadanos, pero me compadecí de ellos y su falta de espacios legales para el recreo. En millas y millas no encontraras una casa de cultura ni un espacio público para resolver su necesidad de socializar. Los aburridos policías también declinaron ser grabados pero me aseguraron que no todos ahí son “niños buenos”.
Durante años, Miami ha sido clasificada como la peor ciudad para conducir sin riesgos. La generación de los milenios que considera muchas veces más útil un teléfono inteligente que un automóvil, no desea abandonar el mayor símbolo cultural estadounidense asociado con la libertad individual y el éxito personal, pero a menudo se ve obligado a renunciar a tener un auto propio por causa de los seguros, el combustible y las tarifas que cobran las carreteras por ser usadas.
En las zonas más urbanas, el transporte público funciona perfectamente complementado por servicios privados como Uber, Zipcar o Car2Go, pero fuera del distrito céntrico de Miami, realmente no hay una infraestructura apropiada del transporte público que pueda substituir completamente el automóvil personal que se hace imprescindible aunque sea para ir cada día a ese empleo mal pagado y bajo un contrato-basura en los suburbios.
Los empleos bien pagados son escasos, por lo que cada vez más jóvenes se quedan en casa para vivir con sus padres e invertir sólo en un coche para llegar al trabajo si lo encuentran. Estos autos permanecen estacionados el 96% de su vida si se consigue un empleo porque el salario no alcanza para la mayoría de los paseos. Seguros, numerosos peajes, y los precios de la gasolina pueden hacer que los jóvenes conductores se sientan marginados y alejados de cualquier significado real o de valor a su rutina diaria.
Una juventud ociosa en las noches y sin dinero no tiene otra cosa que hacer que reproducir lo que la industria del entretenimiento difunde como valores juveniles. Carreras peligrosas en Okeechobee, apuestas ilegales, consumo de drogas y agruparse en los estacionamientos de los supermercados se ha convertido en costumbre nocturna de muchos jóvenes que al llegar la policía huyen en masa para evitar ser arrestados creándose en ellos una malsana inclinación hacia la marginalidad.
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