Cuando, en mi juventud, abracé las ideas revolucionarias, ser de izquierdas significaba un comprometimiento en la lucha por la justicia social, por las reivindicaciones obreras, por la igualdad de oportunidades, por la solidaridad y, sobre todo, contra el imperialismo norteamericano.
Ser de izquierdas significaba luchar por el derecho a la alimentación, a la salud, a la educación, a la vivienda, al trabajo, a la vida, derechos primarios del ser humano.
Con el tiempo, parte de aquella izquierda se fue desviando cada vez más de sus raíces socioeconómicas y se dedicó a incursionar en esferas culturales que sólo en forma marginal se relacionan con nuestra lucha por cambiar las estructuras capitalistas de pobreza, miseria y opresión de los trabajadores.
Me percaté de ello cuando, hace algunos años, un compañero no entendió mi negativa a participar en una manifestación a favor del aborto y, recientemente, cuando me invitaron a promover una campaña para que la Organización Miss Universo acepte a concursantes transgéneros. Constaté, con asombro, que muchos prestaban toda su atención a la defensa de un feminismo fundamentalista, el matrimonio entre homosexuales, el aborto libre y gratuito, la fertilización in vitro, la inseminación artificial, la investigación con células madres, las aspiraciones al cambio de sexo o a otros controversiales temas de ética biológica, y muy poca o nada al desempleo, la igualdad de salario entre el hombre y la mujer, el cierre de las bases militares extranjeras o a cualquier otro de los muchos objetivos tradicionales de la izquierda. Había surgido la “izquierda sexual” como un fenómeno del posmodernismo marxista.
Algo semejante ocurre con militantes de otras “izquierdas”, como la “izquierda ecologista”, para quienes proteger al cocodrilo de los Everglades es más importante que detener las masacres en Ruanda o el genocidio de iraquíes por la aviación norteamericana. Hay también grupos o individuos de tendencias nihilistas, “izquierda suicida” que desde posiciones supuestamente “de izquierda” atacan despiadadamente a la Revolución. ¡Cómo si tuviésemos pocos enemigos!
Pero volvamos a nuestra pintoresca izquierda sexual. Parece como si algunos confundiesen la lucha de clases con un campo de batalla entre los sexos o entre preferencias sexuales. ¿Estaba Carlos Marx a favor o en contra del aborto? –No lo sabemos pero, cualquiera que haya sido su posición –si es que la tuvo- estoy seguro de que ésta no hubiese cambiado una sola letra de El Capital.
Hay quien es de izquierda solamente de la cintura para abajo y considera al socialismo como un sistema paradisíaco de total libertad sexual y reproductiva. Lo cierto es que se puede ser de izquierda, de derecha o de centro –si es que valoramos todavía el significado de estas palabras- y estar a favor o en contra digamos, del aborto; y se puede estar en contra del aborto y en contra también de que el Estado se arrogue la función de castigar a las mujeres que abortan.
Y no es que quiera restar importancia a estos temas ni pretenda que debamos ignorarlos. Lo que quiero subrayar es que no deben sustituir a los que constituyen la esencia de nuestra lucha, el núcleo duro de nuestra razón de ser como revolucionarios. Los temas de ética biológica son por naturaleza polémicos, generalmente con un alto contenido religioso, e intervenir en ellos a nombre de la izquierda es crear divisiones en nuestras filas, alejar a posibles aliados y desviar el rumbo hacia laberintos de difícil salida. Cada cual es libre de enarbolar la bandera que desee pero ¿por qué introducir en la agenda de la izquierda una esfera cultural que no le pertenece?
¿Por qué, para ubicarme en la izquierda, tengo que defender el matrimonio “gay”? ¿o el derecho de los transexuales a participar en concursos femeninos de belleza?. ¿Por qué mejor no comenzamos por liberar a los millones de mujeres y niños que sufren en el mundo esclavitud sexual y laboral, una parte de ellos aquí, en Estados Unidos?. Creo que algunas organizaciones de izquierda han perdido la brújula y con ella su original y auténtica identidad.